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La ciencia descubrió por qué olvidamos los nombres de las personas

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Si bien solemos atribuir este olvido a la memoria, el problema estaría relacionado con una elección del cerebro.

A veces nos puede pasar que nos presentan a alguien, intercambiamos unas palabras e, incluso, puede que la conversación nos parezca interesante, pero unos minutos después o al despedirnos o cuando volvemos a a encontrarnos con esa persona pasa que nos olvidamos su nombre.

No es que no nos importe la persona o que no estuviéramos prestándole atención, sino que, simplemente, se esfumó de nuestra memoria y se trata de una experiencia tan común que casi podría considerarse un rito en cualquier encuentro social.

Podemos tener una charla con algunas personas y olvidar sus nombres (Foto: Adobe Stock)
Podemos tener una charla con algunas personas y olvidar sus nombres (Foto: Adobe Stock)

A menudo, atribuimos este olvido a una memoria floja, a la distracción o, incluso, a una falta de educación, pero la ciencia tiene una explicación más benévola y, sobre todo, más precisa. La psicología estudió a fondo este fenómeno y llegó a una conclusión tranquilizadora: olvidar los nombres de las personas no significa que tengamos mala memoria. Significa que nuestro cerebro tiene sus propias prioridades.

No recordamos etiquetas, recordamos historias

Para entender por qué los nombres se nos escapan tan fácilmente, basta con observar cómo funciona nuestra memoria. No es una grabadora que almacena todo lo que ve y oye, sino que es una red de asociaciones: guarda mejor lo que puede conectar con emociones, imágenes, experiencias previas o conceptos que ya conocemos.

Un experimento especialmente revelador lo demuestra y es la llamada paradoja Baker/baker. En este estudio, a dos grupos se les mostró la misma fotografía de un rostro desconocido. A unos se les dijo que esa persona se apellidaba Baker; a los otros, que era panadero (baker en inglés). Curiosamente, los que supieron que el individuo era panadero recordaron mucho mejor esa información que los que simplemente oyeron su apellido.

En una entrevista, también podemos olvidarnos el nombre del interlocutor. (Foto: Adobe Stock)
En una entrevista, también podemos olvidarnos el nombre del interlocutor. (Foto: Adobe Stock)

La clave está en el contexto. “Panadero” activa una cascada de asociaciones: el olor del pan, el sonido de una panadería por la mañana, la imagen de alguien amasando masa. En cambio, “Baker” como nombre propio no evoca nada. Es un dato aislado, sin conexiones ni significados asociados y ahí es donde nuestra memoria empieza a flaquear.

El caso especial de los nombres propios

Este fenómeno no se limita al idioma ni a contextos específicos. Hay una razón más profunda y universal: los nombres propios son, desde un punto de vista cognitivo, palabras poco “memorables”. En 1991, los investigadores estadounidenses Deborah Burke y Donald MacKay explicaron por qué: los nombres tienen un vínculo débil entre su forma fonológica (cómo suenan) y su carga semántica (su significado).

Palabras como “maestra”, “bicicleta” o “lluvia” nos remiten a imágenes mentales comunes. Pero “Laura” o “Pablo” no tienen un significado compartido para todos: su contenido depende únicamente de la persona concreta a la que se refieren. Hasta que ese nombre no se asocia a una historia, una emoción o una experiencia, sigue siendo un dato flotante, sin anclaje. De ahí que, aunque estemos atentos al escuchar un nombre, no haya nada en nuestra memoria de donde poder agarrarse. Y sin un punto de apoyo, la información se pierde.

Es importante insistir en que olvidar un nombre no significa que no nos importe la persona, lo que ocurre es que la memoria está diseñada para priorizar ciertos tipos de información. Lo que tiene relevancia emocional, lo que amenaza o nos beneficia, lo que podemos narrar o categorizar, se graba con más facilidad.

Los nombres, por sí solos, no cumplen con estos requisitos. Salvo que la persona en cuestión se convierta en parte estable de nuestra vida (y entonces el nombre se asociará a emociones, recuerdos, historias compartidas), lo más habitual es que ese dato aislado se disuelva con el tiempo.

Se puede mejorar

Aunque la estructura de nuestra memoria no se puede reprogramar, sí podemos entrenarla a nuestro favor. Hay técnicas nemotécnicas simples, como repetir el nombre en voz alta durante la conversación, asociarlo mentalmente a una imagen o vincularlo a algún rasgo distintivo de la persona.

Si conocemos a una Inés que lleva una bufanda llamativa, podemos crear una imagen mental que una esos elementos. Cuanto más absurda o visual sea la asociación, más posibilidades tendrás de recordarla. También ayuda activar la intención consciente de recordar. Si al conocer a alguien, pensamos activamente “quiero acordarme de su nombre”, estamos enviando una señal de prioridad a tu memoria.

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De la silla al aula: inclusión y futuro en la universidad argentina

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La educación inclusiva no se trata solo de abrir las puertas de las universidades, sino de garantizar que todos los estudiantes puedan transitar sus carreras en igualdad de condiciones.

En la actualidad, cada vez más instituciones argentinas trabajan para adaptar sus espacios físicos, pedagógicos y sociales, con el objetivo de acompañar la diversidad en todas sus formas.

En ese camino, la Universidad Tecnológica Nacional (UTN) Regional Pacheco se convirtió en un referente. Desde hace más de 15 años impulsa un área de apoyo y orientación al trabajo con la discapacidad, que promueve la accesibilidad académica, la sensibilización de la comunidad educativa y la creación de espacios donde cada estudiante pueda sentirse parte.

Una comunidad que aprende a incluir

Gladys Fernández, docente y referente del área de discapacidad de la UTN Pacheco, destacó que actualmente 158 estudiantes con diferentes discapacidades reciben acompañamiento personalizado para lograr una cursada plena. “Cada alumno es un proyecto”, explicó, refiriéndose al trabajo conjunto que realizan con las familias, los profesionales de salud y los docentes. El proceso incluye desde adecuaciones pedagógicas, como materiales en braille o maquetas en 3, hasta cuestiones edilicias y de accesibilidad.

Estudiantes y docentes de la UTN Pacheco durante las actividades del área de apoyo y orientación al trabajo con la discapacidad. (Foto: gentileza Gladys Fernández)
Estudiantes y docentes de la UTN Pacheco durante las actividades del área de apoyo y orientación al trabajo con la discapacidad. (Foto: gentileza Gladys Fernández)

“No podemos ubicar a un alumno en un aula en el segundo piso si no puede acceder. La adecuación es integral: no solo se trata de contenidos, sino de toda la vida universitaria”, subrayó. Para Fernández, el mayor desafío no siempre está en las rampas o ascensores, sino en las “barreras humanas”: docentes o administrativos que aún no fueron formados en perspectiva inclusiva. Por eso, desde el área se trabaja para sensibilizar y formar a toda la comunidad educativa, desde el personal de ingreso hasta el decano.

Historias que inspiran y transforman

En el marco de ese trabajo, se realizó recientemente la charla “De la silla al aula: historias que ruedan”, organizada por el Área de Apoyo y Orientación al Trabajo con la Discapacidad. El encuentro reunió a integrantes del club Tigres de Pacheco, un equipo de fútbol en silla de ruedas motorizada que entrena en el microestadio de la facultad.

Durante la jornada, los deportistas compartieron sus historias personales, sus logros y los desafíos de estudiar y formarse en la universidad. “Queríamos que toda la comunidad conozca su trayectoria y sus conquistas”, contó Fernández. La iniciativa no solo buscó visibilizar sus logros deportivos y académicos, sino también promover una reflexión colectiva sobre lo que implica ser verdaderamente inclusivos. “Esto no se aprende en un taller, se aprende charlando con los protagonistas”, destacó.

El futuro de la inclusión universitaria

El área de discapacidad de la UTN Pacheco funciona formalmente desde hace cinco años y cuenta con el apoyo del rectorado, que impulsa la creación de espacios similares en las 30 regionales del país. Sin embargo, el trabajo todavía depende en gran parte del voluntariado docente. “Nos falta apoyo económico y recursos humanos estables, pero nunca dejamos de trabajar. Lo hacemos por convicción y porque creemos que la universidad debe ser un lugar para todos”, expresó Fernández.

El objetivo ahora es seguir ampliando el acompañamiento y lograr que más jóvenes con discapacidad sepan que sí pueden acceder y graduarse. Muchos ya lo hicieron: “Tenemos muchísimos egresados con discapacidad que hoy son profesionales insertos en el mercado laboral”, señaló. En ese sentido, Fernández resumió el espíritu del área con una frase que también define el futuro de la educación inclusiva en la Argentina: “Lo importante no es cuántas materias aprobás, sino que avances, te sientas cómodo y feliz. La universidad no tiene que ser selectiva, tiene que ser transformadora.”

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La cara invisible de las mentes brillantes: prejuicios, inseguridad y aislamiento

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Detrás de la inteligencia excepcional hay un universo de emociones intensas, malentendidos y desafíos cotidianos que pocas veces se muestran fuera del mito del “genio”.

En la cultura popular, los genios suelen aparecer como visionarios inalcanzables. Desde Sheldon Cooper en The Big Bang Theory hasta la el peso invisible de la alta inteligencia del detective de la serie francesa Alta Capacidad Intelectual (HPI), la ficción tiende a retratar a las personas superdotadas como excéntricas, desbordadas o socialmente torpes. Pero detrás de esas caricaturas hay realidades mucho más complejas.

“Poseer una inteligencia excepcional no garantiza ni el bienestar ni el éxito”, advierte la psicóloga y psicoanalista Monique de Kermadec, referente internacional en el estudio de adultos con altas capacidades. Según explica, “la intensidad intelectual y emocional de estas personas suele generar malentendidos; se las considera demasiado curiosas, demasiado exigentes o demasiado sensibles”.

La especialista sostiene que la superdotación no es una ventaja automática, sino una forma diferente de procesar el mundo. “Uno no se convierte en adulto superdotado de forma espontánea: lo es desde la infancia, aunque a veces nadie lo note”, aclara.

Prejuicios, soledad y la dificultad de encajar

En la vida cotidiana, los adultos con altas capacidades enfrentan una paradoja: su rapidez mental y creatividad los destacan, pero también los aíslan. “Hay quienes aprenden a ocultar su diferencia para no sentirse juzgados”, observa el investigador Jordi Ojeda, autor del análisis sobre la novela gráfica Como un pájaro en una pecera de Lou Lubie.

En ese relato, los personajes —un pájaro y un pez— representan dos maneras opuestas de vivir la superdotación: uno lo asume con naturalidad, el otro lo esconde por miedo a no ser comprendido.

Lubie, quien entrevistó a personas reales con alto potencial intelectual, afirma: “Quise desmontar las ideas preconcebidas. No todos los superdotados son genios arrogantes o incomprendidos: muchos viven con inseguridad o con síndrome del impostor”.

Su cómic, como los trabajos de divulgación de De Kermadec, busca romper estereotipos y mostrar que la diferencia no implica superioridad ni excentricidad, sino un funcionamiento cerebral y emocional particular.

Cuando la exigencia se vuelve un peso

Estudios recientes, como los citados por la Universidad de La Rioja y Clinical Pediatrics, revelan que los adultos con altas capacidades suelen compartir ciertos rasgos: perfeccionismo, autoexigencia y tendencia al aislamiento. Estos hábitos, visibles en figuras como Steve Jobs, Bill Gates o Elon Musk, pueden impulsar la creatividad, pero también derivar en ansiedad y agotamiento.

Las personas con altas capacidades suelen enfrentar incomprensión y soledad emocional. (Foto: Adobe Stock)
Las personas con altas capacidades suelen enfrentar incomprensión y soledad emocional. (Foto: Adobe Stock)

La psicóloga Lara Ferreiro, especializada en relaciones y bienestar emocional, advierte que “muchas personas con alta capacidad desarrollan una autocrítica feroz y viven con la sensación de no estar a la altura de sus propias expectativas”. Esa tensión interna puede transformarse en lo que De Kermadec llama hipersensibilidad existencial: una forma de sentirlo todo más intensamente.

“Para mejorar la calidad de vida, lo primero es conocerse. Si vivimos nuestra diferencia como algo negativo, buscaremos desesperadamente encajar”, explica la autora. “En cambio, cuando entendemos nuestras necesidades, dejamos de seguir el manual de instrucciones que nos impone otra persona.”

Cambiar la mirada social

Tanto desde la psicología como desde el arte, crece la necesidad de hablar de los adultos superdotados sin idealizarlos ni estigmatizarlos. “La inteligencia no es un trofeo, es un modo de estar en el mundo”, sintetiza Ojeda.

Lou Lubie lo representa en una de las escenas más citadas de su novela, cuando una madre le dice a su hijo: “Los otros niños no son como tú”, en lugar de “Tú no eres como los otros niños”. La diferencia del enfoque es clave: no se trata de clasificar, sino de comprender.

De Kermadec coincide: “El objetivo no es separar a los superdotados del resto, sino facilitar la relación entre quienes piensan de forma distinta y quienes no. Comprenderlos es la mejor manera de integrarlos”.

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Jeffing, el entrenamiento a ritmos alternos que favorece la salud cardiovascular

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Es una actividad que puede hacerse en un parque bajo la supervisión de un entrenador que marque los tiempos para realizar cada ejercicio.

La actividad física fue incorporada por muchas personas a su rutina diaria debido a que buscan estar bien y tener una vida saludable. Así es que van surgiendo diferentes propuestas que pueden realizarse tanto en casa como en un gimnasio o en el parque. Una de ellas es el jeffing, que anteriormente se lo conocía como run-walk y se hacía mitad caminata-mitad carrera. Pero en realidad, no se trata de quedarse a medias entre una y otra práctica, sino en alternar períodos de carrera con intervalos de caminata estructurados.

Esta nueva manera de ejercitarse puede extenderse a otros deportes aeróbicos, como andar en bicicleta o nadar. El entrenador español Carlos García Navarro señala que la actividad de baja intensidad mejora la salud cardiovascular y la capacidad aeróbica de forma sostenida.

Este tipo de entrenamiento relajado es ideal salvo que busquemos mejorar la potencia (correr más rápido) o ganar adaptaciones vasculares (optimización del sistema circulatorio). En caso de que queramos esas mejoras, los entrenamientos de mayor intensidad tipo HIIT suelen dar mejor resultado por minuto entrenado.

Correr es una de las mejores actividades para hacer al aire libre. (Foto: Adobe Stock)
Correr es una de las mejores actividades para hacer al aire libre. (Foto: Adobe Stock)

El cardio suave mejora la salud cardiovascular y la resistencia. Es importante transmitir el mensaje de que no necesitás acabar agotado, ni empapado en sudor para tener beneficios, dice la fisioterapeuta española Bibiana Badenes, experta en movimiento consciente, quien añade que la clave no es mantener siempre la intensidad, sino favorecer la variabilidad cardíaca: un corazón sano no late como un metrónomo, sino que se adapta con flexibilidad a las demandas del cuerpo.

En síntesis, tenemos que lograr que nuestro corazón unas veces palpite a toda velocidad y otras a ese ritmo amable que nos permite mantener una conversación sin perder el aliento. “Esa variabilidad cardíaca es un marcador de longevidad y no solo se entrena con el esfuerzo físico, también con la forma en que sentimos y nos movemos. Cuando respiramos con calma, disfrutamos del gesto o nos movemos con consciencia, el corazón también se flexibiliza”, expresa Badenes.

Menos cansancio, menos lesiones

Para muchas personas, el cardio suave, sea jeffing o cualquier otra modalidad, es la puerta de entrada a practicar actividad física de forma regular y a largo plazo y no es solo porque canse menos, sino porque se reduce el riesgo de lesiones ya que es menos exigente a nivel articular. Badenes señala que quien se esfuerza por demás lo puede terminar pagando tarde o temprano, ya sea con lesiones, fatiga crónica o pérdida de motivación. “El cuerpo quiere regularse, disfrutar y no ser castigado”, opina.

Un estudio realizado por el Institute of Health de Luxemburgo y la Universidad Aarhus de Dinamarca demuestra que los problemas musculares suelen surgir por picos en una sesión y no por acumulación lenta. “Si hacemos cardio suave, evitar saltos bruscos de distancia o intensidad. En resumen, menos esfuerzo no solo implica menos fatiga, sino menor riesgo de lesión por sobrecarga”, aclara García Navarro.

Tips para correr sin fatigarse

  • Al ritmo de una conversación. Si podemos charlar mientras nos movemos, estamos en intensidad moderada o zona 2 y debemos bajar la cadencia si respiramos con la boca abierta, a la vez que hay que escuchar la respiración, añade Badenes.
  • Poco a poco, pero regular. Apuntar a hacer de 150 a 300 minutos a la semana de ejercicio aeróbico moderado que podamos repartir en sesiones de 20 a 60 minutos, dice el experto y Badenes opina que lo mejor es empezar con un esquema de caminar y trotar. Por ejemplo, 2 minutos caminando y 1 minuto corriendo suave, durante 20 o 30 minutos.
  • Evitar aumentos bruscos. No hacer una sesión mucho más larga o intensa que nuestro máximo reciente. La investigación sugiere que superar en más de un 10% la distancia máxima de los últimos 30 días eleva el riesgo de lesión.
  • Reducir la pendiente y el ritmo. El ascenso aumenta el umbral ventilatorio rápido, es decir, cansa. Empezar caminando más de lo que creemos necesario. La adaptación cardiovascular es acumulativa.
  • Dormir bien e hidratarse. Subestimar estos factores aumenta la sensación de cansancio.
  • Sentido común. Si notamos dolor agudo o falta de aire sin explicación, debemos parar.
  • Añadir dos sesiones semanales de fuerza (20–30 minutos) para tendones y prevención de lesiones.
  • Variedad. No hace falta correr siempre, también cuenta bailar, nadar o subir escaleras. Tampoco hacer siempre la misma actividad porque el gesto repetitivo es lo que nos desgasta, dicen los expertos.

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